Semana Santa

Wellington Silva

Foto: Pepe Valero. Diario La Opinión

Hoy, Lunes Santo comienzan las dos semanas más bonicas del año en nuestra ciudad. Este 2014, además, la primavera está plenamente instalada en la Región, y ese cielo azul intenso que es nuestro mejor patrimonio quiere ser testigo de estos días de tradición, y de fiesta. Las procesiones, los nazarenos, los caramelos, el demonio, los Salzillos, el Bando de la Huerta, la Batalla de las Flores, el Entierro de la Sardina… Se me agolpan en la mente cientos de recuerdos de infancia. De imágenes, de sonidos, e incluso de olores. El incienso, primero, que deja paso después a las flores, y finalmente a la pólvora.

No sería una locura, visto lo visto, haber dedicado estas líneas hoy a hablar de las celebraciones religiosas de estos días venideros, pero bien sabéis que es una pasión de otra naturaleza la que alimenta este blog. La que vosotros y yo compartimos por un equipo de fútbol, y que en las últimas semanas, después de tantos años de sufrimiento,  nos está colmando de alegrías. Así que, permitiéndome una licencia con los números, a los 8 días entre el sábado de Sabadell y el domingo de Lugo no me queda más remedio que bautizarlos como Semana Santa. Dos victorias incontestables ante rivales de la parte noble de la clasificación. Dos triunfos para llevarnos hasta la tierra prometida de los 50 puntos, a mediados de abril. Seis puntazos para ganarse el derecho a dejar de mirar al infierno, y empezar a mirar hacia el cielo. Ayer, al finalizar la jornada, y a falta de ocho para la finalización del campeonato, el Real Murcia presentó candidatura firme a luchar por todo en esta recta final. Lo hizo con el compañerismo, el sacrificio, el trabajo en equipo, la humildad, la honradez y la profesionalidad, como banderas. Cuánto hemos tenido que esperar para poder usar todas esas palabras en una sola frase referida a aquellos que tienen el inmenso privilegio de vestirse la grana. He vivido muchos ambientes especiales en La Condomina, y también alguno en NC, y os aseguro que la comunión de la grada y el equipo ayer, y la emoción, que ponía los pelos de punta y los ojos rasos de lágrimas en algunos momentos, no tienen nada que envidiar a lo mejor de lo vivido durante tantos años de murcianismo. Orgullo e identificación en estado puro. La sensación de que no se puede dar un ápice más sobre el campo de lo que dan los nuestros. Si nuestro escudo pudiese, sería él quien daría un beso a los jugadores después de cada gol. Podría dar tres o cuatro nombres de futbolistas que están brillando especialmente, pero ya sabéis quiénes son, y hacerlo sería provocar que el foco dejase de apuntar al equipo. Y sería injusto, porque es precisamente eso lo que nos está haciendo de hierro. El equipo. El conjunto. Se ve durante el juego, y  tras cada gol. Juegan, sufren, corren, luchan, pierden, empatan, ganan como una sola alma. Son el Real Murcia. Somos el Real Murcia.

Ayer, haciendo honor al Domingo de Ramos, el equipo fue aclamado y recibido y despedido entre palmas. Con el apoyo a Saúl, los 8000 fieles que nos dimos cita en nuestro templo demostramos a nuestros jugadores que nosotros no elegiremos a Barrabás cuando llegue la próxima derrota. Queremos soñar, nos ilusiona ilusionarnos, pero no les vamos a dar la espalda pase lo que pase de aquí al final de la Liga. Porque se han ganado el corazón del murcianismo. Un corazón que necesitaba llenarse de alegría y que afronta la recta final de esta temporada colmado de indisimulada y justificada ilusión.

Ayer, cuando salía del estadio aún escuchaba los ecos de esos “rojiblancos” que habían atronado en el Fondo Sur. Estoy convencido de que hasta Tebas metido en un despacho de Hacienda los oiría. Ni uno ni los otros van a poder aguar ya esta fiesta. La del año del Real Murcia de Julio Velázquez. Ese año en que la Semana Santa acabó el Domingo de Ramos.