La niebla de Belgrado

Aquí estamos, de nuevo. A pocos días de volver a mirar al destino a los ojos para preguntarle si ha decidido, por fin, que las lágrimas vuelvan a ser de alegría. Que las decepciones puedan viajar a otros lugares, y no se queden siempre aquí, como si hubieran encontrado el sustrato perfecto para crecer indefinidamente. El fútbol ha sido cruel con el murcianismo en los últimos años. Y no hablo del circo montado alrededor de este maravilloso deporte, sino del juego en sí mismo. Tanto es así, que son muchos los que asienten cuando les comento que no es hincar la rodilla frente al Toledo de Onésimo lo que me aterroriza, sino hacerlo, según el eterno déjà vu grana, en el último suspiro del partido y acariciando ya el pase a la segunda ronda. De rebote. En propia puerta. Quien sabe cuál ha de ser la próxima inclemencia del destino.

Si al historial de derrotas injustas y crueles del Real Murcia en los últimos años, le sumamos el bajón físico y anímico que comenzó aquel ya lejano 28 de febrero tras la derrota ante el Cádiz, las perspectivas para el domingo no son muy halagüeñas. Aquella mañana de invierno el equipo bajó de las nubes, y desde entonces ha disputado 6 partidos en NC en los que no ha sido capaz de volver a vencer, con un paupérrimo balance de un punto sobre dieciocho posibles. Por el camino quedó el liderato del Grupo IV, incontestable durante casi una vuelta completa. La crisis de resultados acabó precipitando la salida del club de un trabajador intachable, José Manuel Aira, y finalmente va a obligar al Murcia a jugar su primer match-ball en contra sin haber arrancado aún la hoja de mayo del calendario.

Con la sensación de que el 0-0 conseguido en el Salto del Caballo fue más injusto con los méritos globales del Toledo que con los del Real Murcia -aún tras haber estado más de medio partido en superioridad numérica- vamos viendo cómo los días se consumen y se aproxima la hora de la verdad.

Con todos los argumentos objetivos -y esotéricos- empujando a sucumbir al pesimismo, cabría preguntarse por qué todavía algunos en esta ciudad tenemos tan viva la esperanza de que el Real Murcia gane este domingo, y se convierta de nuevo en un firme candidato al ascenso. Llegados a ese punto tendríamos que contar una de esas historias que tiene un lugar de honor en la historia del fútbol: la del nacimiento de la leyenda del todopoderoso Milan de Arrigo Sacchi.

Cualquier aficionado al fútbol que se precie –en función de su edad- habrá visto jugar u oído hablar del legendario AC Milan de finales de los 80 y principios de los 90. El cuadro rossonero de los Gullit, Rijkaard, Van Basten, Baresi, Maldini… es reconocido hoy por hoy como uno de los mejores equipos de la historia. Muy recordado por los aficionados del Real Madrid es aquel 5-0 encajado en San Siro en Copa de Europa, en una temporada en 88/89 en que los italianos acabarían vapuleando al Steaua de Bucarest en la final continental.

Sin embargo, quizá pocos recuerden que aquella temporada en que todo comenzó, el Milan estuvo al borde de la eliminación en octavos de final frente al Estrella Roja.

La historia de aquella eliminatoria es de esas que merecen ser contadas a los niños que empiezan a enamorarse de este deporte. El equipo de Sacchi había empatado a uno en San Siro en el partido de ida. En el infierno de Belgrado, ante 100.000 enfervorizados hinchas del Estrella Roja, el Milan perdía por uno a cero recién comenzada la segunda mitad, y jugaba con 9 hombres por las expulsiones de Ancelotti y Virdis. El equipo estaba completamente a merced de los yugoslavos, y todo apuntaba a que vivía sus últimos minutos en la máxima competición europea. Sin embargo, la niebla de Belgrado que ya dificultaba el desarrollo del encuentro, se hizo de repente insoportablemente espesa. Cuenta Arrigo Sacchi que desde el banquillo apenas si podía ver la línea de banda. Tanto fue así que el árbitro tuvo que dar por suspendido el partido. El reglamento UEFA de entonces establecía que en ese caso debía jugarse de nuevo desde el primer minuto al día siguiente. La repetición concluyó con empate a uno al final de los 120 minutos, y el Milan acabó metiéndose en cuartos de final tras imponerse en lanzamientos desde el punto de penalti. A partir de ese momento, los de Sacchi arrasaron a sus rivales hasta alzarse con el título.

Con una historia así es imposible no alimentar la fe en que cualquier cosa es posible en fútbol. Sin embargo, tener esperanza de cara al domingo no es puramente un acto de fe. No lo es porque hemos visto a estos jugadores rendir a un óptimo nivel durante muchas jornadas. Tantas como para conseguir igualar la mejor racha de jornadas invicto de toda la historia del Real Murcia. Ahí es nada. Los Germán, Carlos Álvarez, Sergio García o el omnipresente Alejandro Chavero, hicieron las delicias un murcianismo que se sentía orgulloso de un equipo comprometido como nunca, y que parecía encaminarse al ascenso por la vía rápida.

Todo eso ha quedado sepultado por los meses de zozobra, y es innegable que será difícil, si el equipo no cambia la imagen que dio en Toledo, que el Real Murcia pueda llevarse esta eliminatoria. Pero el fútbol es un deporte tan maravillosamente impredecible que todo parece sometido a un bendito –o maldito- caos en el que el aleteo de una mariposa puede acabar provocando un tornado. Por eso, pase lo que pase, por mal que se ponga la situación, mientras el balón esté rodando siempre tendré la esperanza de ver esa espesa niebla de Belgrado posarse sobre el césped de NC, deteniendo, esta vez sí, la catástrofe. Dándonos la oportunidad de empezar de nuevo y de encontrar el camino que nos conduzca por fin hasta nuestro sueño.