Siempre me ha sacado de quicio el aficionado masoquista. Sí, ese que te está viniendo a la cabeza a ti ahora mismo. El que llega al estadio cada domingo dispuesto a insultar a la primera de cambio a los jugadores de su equipo. En el caso del masoquista murcianista el repertorio de “piropos” es, para más inri, muy limitado, y al final de los noventa minutos uno acaba quemado de escuchar cien veces lo de “perros”, “gandules” y “borrachos”. Todo ello culminado con la frase más veces pronunciada por el masoquista de NC: “La última vez que vengo”. Uno llega esperanzado, quince días después, soñando con un partido sin la cantinela de siempre… y ahí vuelve a estar. Como si nada hubiera pasado. Dispuesto a pronunciar por enésima vez su eterna letanía. “¿Y el año que el equipo ha ido bien y ha subido a Primera?, ¿ese año qué ha pasado?”, os preguntaréis. Pues que se ha ido el último partido de liga diciendo que “…total para bajar el año que viene en diciembre…”. Una pesadilla. Vamos, que uno acaba agradeciendo la cantidad de butacas libres que quedan en nuestro precioso estadio, porque le permiten marcar la distancia mínima de seguridad con el masoquista más cercano. Hasta aquí nada nuevo. Hace 25 años lo recuerdo igual, y así sigue.
Sin embargo, a este espécimen clásico de murcianista, observo con preocupación que se le está uniendo una nueva variante de aficionado masoquista: el penitente. Este murcianista ha confundido la fidelidad a un club y a unos colores, con la comunión con ruedas de carreta, y es capaz de soportar, sin parpadear, cualquier tipo de espectáculo que se represente sobre el césped. Por más que un jugador -o un entrenador- esté cometiendo la mayor barbaridad jamás vista, no se inmuta. Lo observas apretarse un poco más el cilicio, y seguir “disfrutando” de la función. Aún recuerdo una ocasión al final de la temporada pasada en que, necesitando la victoria, Onésimo gastó su último cambio dando entrada a Jorge. Casi me explota la vena del cuello vociferando todo lo que se me pasó por la cabeza contra nuestro banquillo. De repente varios de estos penitentes se giraron y me miraron con una expresión en sus caras mezcla de estupor y reprobación. Me volví a sentar, y reflexioné sobre mi proceder. Estuve por ir y pedirle perdón a Onésimo, no fuésemos a perder el partido por mi culpa…
Este año el equipo ha empezado con una entrega y una profesionalidad que cuesta recordarle. A pesar de ello, y si no hay un giro –que espero y deseo con todas mis fuerzas- de las circunstancias, vamos camino de llegar a una situación similar con un jugador concreto: Mauro Dos Santos. Jamás voy a censurar a un jugador de mi equipo por su incapacidad. O por sus errores. De eso sólo se puede culpar a quien lo ficha o a quien lo entrena. Sin embargo soy incapaz de tolerar la indolencia o la falta de diligencia de los jugadores de nuestro Real Murcia. Me rebelo. Me niego a aguantarla en silencio. El año pasado se consintió a algunos jugadores del equipo lo que no está en los escritos. No sólo el club, y su falta de política disciplinaria. También los aficionados, dando un millón de oportunidades a jugadores cuyos errores y desvergüenzas no eran para nada “sutiles”. En un momento determinado, la masa social se sublevó, y creo sinceramente que eso dio sus frutos, y tuvo mucho que ver en que no acabásemos algún puesto más abajo, y consecuentemente en Segunda B. Estoy completamente de acuerdo en que al jugador de fútbol hay que animarlo. Que un runrún, o una pitada gratuita nunca aportarán nada positivo para su rendimiento. Hay que saber darle cariño como afición, o levantar su ánimo cuando vengan las malas rachas. Ahora bien, de ahí a acabar tolerando lo intolerable y bailando el agua a personajes que con su proceder dentro y fuera del campo se rían en la cara del club de nuestros amores…
Si un jugador no rinde, su entrenador no lo sustituye, su director deportivo no busca un recambio adecuado en el mercado, y su presidente no suelta la pasta para que esto último sea posible, no esperéis que me pase el año azotándome la espalda y mirando para otro lado. Espero no provocar el descenso del equipo con mi crítica. No me lo perdonaría.