Tengo que confesaros que soy un adicto a este clásico del cine que cada año, coincidiendo con las fechas navideñas, no falla a su cita con la pequeña pantalla. En los últimos años la cinta vive alejada del “prime time”, y toca adentrarse en la madrugada para volver a deleitarse con la deliciosa historia protagonizada por James Stewart. Estoy prácticamente convencido de que los que me leéis sabéis de qué os hablo, y ya intuís por dónde van a ir mis palabras de hoy. Si no es así, espero despertar en vosotros la suficiente curiosidad como para enterrar la fiebre del 16:9, el HD y el 3D, y poneros delante de un clásico en blanco y negro de 1946. Si es así, os voy a pedir algo insólito. Dejad de leer aquí. No quiero ser el que os arruine las sorpresas del filme, y mi escrito va a ser lo que los modernos llaman “spoiler”. O sea, que os arruinaré todas las sorpresas que encierra la cinta de Frank Capra.
La película es un canto a la vida. A la esperanza. Al valor que tiene ser, por encima de todo. George Bailey –James Stewart- es un padre de familia entregado a ella y a su oficio. Toda su vida ha sido una persona íntegra y responsable, y precisamente por eso muchos de sus sueños se han ido frustrando por diferentes motivos. Sin embargo, cuando parece que su suerte por fin va a cambiar, la fortuna le vuelve a dar la espalda, y pierde un sobre con una enorme cantidad de dinero. Tan desesperado y frustrado está que se plantea quitarse la vida, para que su familia pueda cobrar un seguro. Cree valer más muerto que vivo. Sin embargo, entonces aparece un ángel y cuando George le confiesa que desearía no haber nacido, este le concede un extraño don: poder ver qué hubiera sido del mundo sin George Bailey. Así, durante buena parte del largometraje nuestro protagonista asiste angustiado a la vida sin su existencia. Nada es como lo recuerda. Su familia no existe, su mujer ni lo conoce, su hermano falleció porque él no había estado ahí para salvarle la vida, su pueblo está sometido a la tiranía de un avaro sin escrúpulos. Tan horrorizado queda al contemplar todo esto, que cuando despierta de esta ensoñación y es consciente de que sigue vivo, de que puede volver a su hogar, y encontrar allí a su mujer, a sus hijos. De que su hermano vive. En ese momento los enormes problemas que lo habían angustiado se convierten en anécdotas. Aún no sabe cómo los va a solucionar, pero es el hombre más feliz del mundo porque aprende a valorar lo realmente importante. Por su enorme bondad con sus conciudadanos, estos deciden ayudarle a recaudar el dinero que había perdido, y con sus donaciones reúnen todo el capital. Y todo el bien y el sacrificio de nuestro protagonista acaban por recibir su merecida recompensa. Final feliz con villancico de fondo que sistemáticamente te arranca unas lágrimas de emoción.
No os cuento todo esto porque haya decidido dedicar mi blog al maravilloso mundo del cine, no. Os lo cuento porque tengo la sensación, creciente según se acerca el debut de nuestro Real Murcia, de que como afición nosotros hemos tenido la oportunidad de vivir una catarsis muy similar a la que experimenta George Bailey en la maravillosa cinta de Frank Capra. A principios de este pasado mes de junio cruzamos la línea. Nos dio tiempo a visualizarnos del otro lado, a darnos cuenta de las dolorosas consecuencias. Nos vimos desahuciados, arruinados, hundidos. Al borde de la desaparición. Algunos nos angustiamos con la idea de una Murcia sin su Real. Sin embargo, en un giro inesperado de los acontecimientos, y gracias a una afortunada -casi milagrosa- serie de coincidencias, se nos ha dado la oportunidad de volver a la vida. Y tengo la sensación de que hemos extraído la misma lección. Hablo con vosotros, murcianistas de corazón. Os escucho. Os leo en las redes sociales. Os siento en las gradas en los amistosos de verano. Y siento que sois felices. Por el mero hecho de ser. Por poder enfundaros la elástica del equipo de vuestros amores y verlo buscar la victoria. Con más o menos talento, con más o menos fortuna. No hay reproches por la confección tardía, y sin fichajes estrella, de la plantilla. Más aún, poca gente habla de resultados para el debut de mañana. Poco parece importar ganar, perder o empatar. Importa jugar. Eso nos acerca a la felicidad. La enorme felicidad del que valora el camino más que la meta. La de una afición que ha sufrido tanto en la última década, y que quiere volver a ser feliz. Mañana nos vemos de nuevo en NC. Volveremos a sufrir. Volveremos a soñar. Volveremos a cantar. Volveremos a ser. ¡Qué bello es vivir!