El pasado domingo, casi a las dos del mediodía, un toledano que dio sus primeros pasos como futbolista en nuestro Real Murcia Imperial nos privó, en el minuto 95, de conseguir tres puntos de oro, cuando todos acariciábamos el tan ansiado botín. Faltaban pocos segundos para derrotar al equipo más en forma de la categoría, y hacerlo habiéndose batido el cobre con un hombre menos durante más de media hora, bajo un sol de justicia. Y es que el equipo lo dio todo. No hubo más cera que la que ardió, y quedó patente que el corazón puede llegar más lejos que las piernas. Albiol, Óscar Sánchez, Acciari. No eran los cromos preferidos de nadie a principio de temporada, y sin embargo parece que sean los clavos más firmes a los que agarrarse cuando se mira de tan cerca al precipicio. En el caso de Óscar actuando fuera de su posición habitual, y demostrando que hoy por hoy da más prestaciones que los teóricos dueños de esa demarcación. Una gran noticia para lo que queda de liga. Una vergüenza para los arquitectos de esta plantilla.
El equipo supo sufrir y correr unido, y sin desplegar ni un ápice del fútbol de toque del que el Real Murcia de Siviero hizo gala en más de un encuentro, fue más equipo que nunca. Solidarios en el esfuerzo. Concentrados en el objetivo. Con el “cuadrado mágico” en el centro del campo, y por tanto con la habitual incapacidad para generar ventajas en las alas, pero con Toribio, y sobre todo un portentoso Acciari, sabiendo colaborar en labores defensivas. Por fin la línea trasera del equipo se ha dado cuenta de que si quieren tener alguna oportunidad de dejar el marco a cero ha de ser juntándose atrás. La falta de velocidad en esa línea te condena si tratas de vivir peligrosamente. El Murcia está vez no lo hizo. Y a pesar de todo el gol amarillo cayó. La mayor parte de la gente que abandonaba NC cabizbaja lamentaba nuestra mala fortuna. A mí el gol no me pilló de sorpresa. Ya hay callo. ADN grana. Y también la sensación de que fue una bendición que el gol, que durante tantos minutos se intuía, no llegase hasta el culmen del encuentro. Diez minutos antes, y el tan poco valorado punto muy probablemente hubiese volado, como lo hicieron los otros dos.
Demasiado descuento, lo más suave que oí sobre el arbitraje en los vomitorios de NC. Barbaridades sobre varias generaciones de antepasados de Pino Zamorano, era lo más generalizado. No me llamen para su club de fans, pero nos concedió un gol que a malas era escamoteable, expulsó con justicia a la que fue oveja negra del equipo –ahora iremos con él- y prolongó poco para lo que el equipo, con buen criterio, había ido robando al crono en los últimos treinta minutos. Por eso yo me voy a guardar el cuchillo para don Javier Magro, Matilla. Y no me voy a acordar de sus familiares, porque a buen seguro ellos, desde su sofá, fueron los primeros en decir: “otra vez no, Mati, otra vez no…”. El jugador con más clase del equipo, y el de mayor proyección, es un muñeco de trapo en manos de cualquier rival inteligente, y malintencionado. Hay que buscarlo muy poco para encontrarlo. Matilla parece incapaz, cuando le suben las revoluciones, de medir las consecuencias de sus actos. Mucho me temo que al toledano ese pecado le va a truncar la que podría ser una carrera brillante. Sólo un partido de sanción, así que tendremos pronto la oportunidad de ver si Matilla se hace acreedor de la redención que para él pide el capitán Óscar Sánchez…
La línea, esa delgada línea roja que separa la salvación de la condena, sigue ahí. Bajo nuestros pies. La noche del sábado, y la matinal del domingo hasta que Pino Zamorano decretó el final de nuestro partido, volvimos a sentir el amargo sabor de vivir en ella. Pero el punto -ese tan pequeño y tan grande- subió a nuestro casillero, y hemos vivido otra semana por encima de los cuatro puestos que condenan al descenso. Pasado mañana, en el Mini Estadi, otro episodio de esta película de terror. Esa a la que cuesta adivinarle un final feliz, pero en la que un rayo de esperanza quiere abrirse paso. Ojalá encuentre el camino…