Citas con el Destino

Movilla y Robben

Hay miles de historias curiosas en el mundo del fútbol. Algunas bonitas, con final feliz. Otras dramáticas. En ocasiones la línea que separa ambos extremos es tan delgada… Anoche, con mi mente entre los ecos de Anduva y la expectativa de NC, estaba viendo la final de la Champions. Sobre el terreno de juego una de esas historias. La de Arjen Robben. Un jugador que había disputado hasta ayer 6 finales de grandes torneos y las había perdido todas. Fallando en esos partidos ocasiones muy claras, algún penalti casi definitivo,… El destino le daba ayer otra oportunidad. Y yo lo veía, según se acercaba el momento de la verdad, como un funambulista haciendo equilibrio sobre esa línea que separa el triunfo de la derrota. El éxito del fracaso. Pero llegó el minuto 88, y Robben apareció como un obús en la frontal del área. Como si toda la rabia acumulada a lo largo de los años de una carrera llena de sinsabores -lesiones y derrotas- se hubiera querido canalizar en un postrero arrebato de furia que lo situó delante del portero. En ese momento me fue sencillo ponerme en la mente del guionista de la película de la vida de Robben. Fundido a negro, cámara lenta, silencio sólo roto por el latido del corazón del holandés. Imágenes, como flashes, de todos esos momentos amargos vividos. Una mínima caricia al balón. Como si supiera que al destino sólo se le vence cuando este quiere ser vencido. Como si fuera consciente de que por fin había llegado el momento, incluso antes de golpear la pelota. Después el silencio roto por el estruendo de la hinchada muniquesa cantando el gol de la victoria, y nuestro protagonista explotando de alegría. Lágrimas de rabia. Foto final de confeti al viento, con Robben levantando la copa en el palco. Una melodía va cubriendo poco a poco los sonidos del estadio. The End. Final feliz de una de esas películas de deportes que tanto me gustan. Aunque aún no entienda por qué me sigo nervioso al verlas, o por qué siempre me viene la euforia cuando entra el gol de la victoria o la última canasta. O el Homeround. Si jamás lo fallan. Si Montilivi no fue una película. Será porque en el ADN grana está el miedo a las citas con el destino. A la moneda al aire. Al último minuto. Al penalti in extremis. Revisad nuestra historia. Decidme cuántas veces nuestras alegrías dependieron de un último balón. De un minuto noventa. De un penalti. De un rebote afortunado… ¿Hitos en nuestra historia reciente? Basta con decir algunos nombres para que vosotros sepáis a qué me refiero. Riazor. Santa Coloma de Gramanet. Manuel Pablo. Siete penaltis… Como culmen a ese listado de monedas al aire que siempre salieron cruz, el dramático penalti en Montilivi, con ese balón que parecía empujado por el destino al fondo de la red. Por eso cuando el marcador de NC supera el minuto 80, y el resultado no es propicio, nuestras caras palidecen y nuestros corazones se encogen. Porque sabemos que estamos entrando en territorio enemigo. Nuestra película de cabecera es, sin duda, Destino Final.

Esta tarde, en nuestro estadio, tenemos una nueva cita con la fatalidad. Sólo vale ganar. Y cuesta mucho trabajo creer en la victoria. Es muy grande el peso del pasado. Uno trata de imaginar escenarios positivos, pero sólo consigue recordar antecedentes dramáticos. ¿Qué el Murcia también ha dado muchas alegrías? Cierto. Pero siempre haciendo sobrados méritos para hacerse acreedor a ellas. Nunca caminando sobre el alambre. Enfrente la Ponferradina. Extraño el vínculo del Real Murcia con el equipo berciano en los últimos años. Pareciera sacado de un guión de Julio Medem. Otra de esas curiosas historias del fútbol. Coincidimos con ellos en Segunda en la temporada 2006/2007. Conseguimos ese año nuestro último ascenso a Primera en El Toralín, su estadio. Al final de esa campaña, mientras nosotros disfrutábamos de nuestro eterno retorno, la Ponferradina regresaba a Segunda B. Sin embargo, sólo tres temporadas después, nuestros caminos se cruzarían de nuevo. El Real Murcia descendía a Segunda B en el último suspiro, de penalti, mientras que el cuadro leonés regresaba a Segunda gracias, precisamente, a una tanda de penas máximas. Paradójico, ¿verdad? Aún hay más. Porque sólo duraría un año la gloría en Ponferrada, y el purgatorio en nuestra tierra. Ese fue el tiempo que tardaron nuestros destinos en volver a cruzarse. De nuevo el Murcia regresaba a su hábitat natural, y la Ponferradina a la categoría de bronce. Esta temporada, por fin, y después de estos desencuentros, Ponferradina y Real Murcia volvían a compartir categoría. Hoy, con el telón ya cayendo, nuestras historias se empeñan en colocarnos en extremos opuestos. Ellos pueden salir hoy de NC en posiciones de promoción de ascenso. Nosotros con la estocada final. Ojalá lo de Robben ayer fuese una señal. La de que se puede cambiar el curso de la historia. Poner un punto y aparte. Que a partir de ahora las películas con suspense puedan acabar en final feliz.