Mañana finaliza oficialmente la temporada. Digo oficialmente porque en realidad, por lo que respecta al club, parece que hace días que terminó. Tras el subidón del pitido final en el Anxo Carro, la mirada ha estado puesta en el curso próximo. Se ha dicho adiós al director deportivo, al que lo único que le puedo desear de forma sincera es que se arrepienta de su decisión -será la mejor de las señales-. Y se ha dejado casi cerrada la renovación de Iñaki Alonso, lo cual es una gran noticia. Sobre todo teniendo en cuenta que no parece que vaya a haber revolución total en la plantilla, y que muchos de los jugadores que han estado con él esta temporada, van a componer el esqueleto del equipo para la Liga Adelante.
Personalmente aún espero que los nuestros lo den todo para conseguir mañana el título honorífico de campeón. Creo que hemos sido el mejor equipo de la categoría, y sería bonito cerrar el telón así. En casa, con victoria, y con el campeones-campeones resonando en NC. Veremos, en cualquier caso, la alineación de mañana, y cómo se afronta el choque. También estoy intrigado por saber cómo responde la afición a los precios “populares” del club para la despedida del año futbolístico.
Pero volviendo a esos últimos minutos del partido en Lugo, los más tensos de la temporada, no puedo evitar recordarme sentado ante el televisor, lamentando por enésima vez no poder estar en la grada del Anxo Carro. Viendo esa maldita pelota de nuevo bajo las piernas de Alberto. Descontrolada. Esos colores en las indumentarias de ambos equipos, ese minuto, esa llovizna. Cruel déjà vu. Sin embargo, el árbitro, cómplice en Girona, no quiso serlo en esta ocasión. Pasó el minuto 93, y pareció romperse el maleficio. Y al escuchar el silbato, me clavé de rodillas ante el televisor, y en mi cabeza se dibujaron las palabras que os quería escribir hoy aquí. Quería hablaros de una pesadilla. Una en la que el Murcia descendía a Segunda B con 50 puntos. Que lo hacía en el último minuto de su partido. Que se consumaba con un penalti que nuestro portero paraba, pero en el que el balón acababa fuera de su vista rodando, lento pero inexorable, hacia la red… Quería deciros que en mi mal sueño, jugábamos en Lepe, en Lucena, en Roquetas,… Explicaros que había despertado de ese sueño, y que nada había sido cierto. Que ese penalti nunca entró. Que éramos de Segunda.
Sin embargo, en ese momento los jugadores del Murcia empezaron a abrazarse, y a hacer piña. Se acercaron a ese sector de la grada del estadio lucense que se había teñido de grana, y se vio la hermosa comunión de un equipo con sus fieles. De un grupo de hombres que habían luchado juntos hasta conseguir su objetivo. Unos sobre el verde, y otros desde la grada. En ese instante pasaron miles de imágenes de esta temporada por mi retina: las goleadas en NC, las encerronas superadas a domicilio, la unión de los muchísimos abonados durante toda la liga, la visita de miles de murcianistas al Bernabeu un miércoles cualquiera… Me acordé también de las veces que he visto a los jugadores de paseo por los centros comerciales, ejerciendo de murcianos de a pie. O compartiendo coche, los más jóvenes, para ir a Cobatillas. Estando cerca de nosotros –sólo hay que ver las imágenes de la celebración en la Redonda, para entender a qué sentimiento de cercanía me refiero-. Este año, como ninguno de los anteriores, ha existido una gran unión de todos los que hacemos al Murcia lo que es: un grande. Porque sin los jugadores, su esfuerzo y su talento, no hubiese sido posible el retorno. Pero tampoco sin el aliento incansable de una afición que se supo levantar, de forma admirable, de la tragedia de Montilivi.
Con todas esas imágenes de este curso, al que mañana ponemos el punto y final, os debo confesar que se me dibujó una sonrisa de oreja a oreja, que aún no logro borrar de mi cara. Y se me quitaron las ganas de llamar pesadilla a todo eso que hemos vivido juntos, y que hace de nosotros un club aún más especial. Ha sido un año maravilloso. Nunca más volveré a tener miedo: el infierno no existe.