Nuestra Final

A estas alturas de la película, son muchas las voces que, cómo la mía lo lleva haciendo hace meses, se lamentan de la realidad que nos está tocando vivir como murcianistas. La cruda realidad de un equipo que desde que comenzó la aciaga temporada de su centenario ha ido de mal en peor. Un club que pretendía ser breve en la categoría de plata para cambiar a la de oro, y que nunca pensó en caer a la de bronce. El año pasado lo rozó. Parecía que la estabilidad de mantener a nuestro redentor Campos, y la confección de una plantilla razonablemente ilusionante nos garantizaba movernos por nuestro habitat natural: la zona noble de la liga Adelante. Sin embargo, hace muchos meses que nosotros jugamos nuestra particular liga Atrás. Y en todos los sentidos de la palabra. En el clasificatorio, donde no hemos pisado la mitad alta de la tabla. En el futbolístico donde nuestro equipo ha hecho del contraataque su única arma, y de la acumulación de futbolistas en campo propio un estilo de vida.

Según han ido muriendo las ilusiones, y dejando su espacio lleno de enfado (al principio), rabia (poco después), y de una amarga mezcla de indignación y miedo, hemos ido desengañándonos de entrenadores, algunos jugadores, Presidente, Directores Deportivos,… Finalmente hemos acabado por aceptar que tal vez lo que el equipo fichó en verano fueron más nombres que hombres, y que salvo honrosas excepciones, tenemos una de las 4 peores plantillas de la categoría.

Sin embargo, y en medio de esta hecatombe, hay algo que apenas ha cambiado: los cerca de 10.000 fieles que han ido acercándose, día sí y día también, a NC. Sufridores, como nadie en el fútbol profesional español –y a los hechos del minuto 85 en adelante me remito-. A veces demasiado silenciosos. En muchas ocasiones demasiado críticos con los jugadores, a los que los silbidos han podido bloquear en más de una oportunidad. Abandonadores de butacas a falta de 5 minutos para la conclusión de los partidos –con la consiguiente falta de presión para el colegiado de turno, para quien NC es un chollo en los finales de partido-. Todos esos pecados hemos cometido. Pero hemos vuelto una y otra vez a la misma butaca de tortura. Esa donde nos hemos tragado la hiel demasiadas veces al ver cómo un gol en el último suspiro nos robaba la alegría de una tarde de domingo. Esa en la que hemos demostrado ser lo mejor del Real Murcia. Y no lo digo yo. Lo han dicho todos los medios de comunicación que han trabajado este año en nuestro estadio.

Ahora ha llegado el momento de demostrar que no somos (nosotros no) una afición de Segunda B. Tenemos una final este sábado en Elche. Desengañémonos. Va a ser difícil que siendo murcianistas tengamos la oportunidad de vivir una final de Copa, ni mucho menos de Europa League o Champions. Ese es un destino reservado a los ricos y poderosos. Nuestras alegrías seguirán siendo los ascensos. Los goles de los Aguilares, Acciaris o Ivanes Alonso del futuro. Ese futuro que  en gran parte pasa por la final del Martínez Valero. La permanencia está muy cara, sí, pero que no se engañe nadie pensando que un ascenso desde Segunda B será una cuestión de  un año. Busquen al Logroñes o al Oviedo, por poner a dos ilustres como ejemplo. No soy muy viejo, y aún recuerdo al Oviedo jugando Copa de la UEFA. Al Logroñes tuteando al Madrid en el Bernabeu. Hoy en día son antiguos recuerdos en los álbumes de cromos de unos niños que hace tiempo dejaron de serlo. No quiero que mi Real Murcia se convierta en eso. Y por eso tengo claro que mientras haya un hilo de vida, vale la pena luchar. Vale la pena acompañar a nuestro equipo en una salida tan cercana, y tan trascendental.

Yo lo tengo claro. Estaré en Elche. Y si no encuentro allí una auténtica invasión grana (y estoy hablando de 2 o 3 mil personas) me habré quedado sin argumentos para decir que nuestro club merece mucho más. Que somos de primera. Puede que en ese caso tenga que resignarme a que, muy a mi pesar, somos de bronce de ley. Ojalá no fallemos nosotros también. Porque yo aún quiero creer en los milagros…