NUEVA CONDOMI A

Recuerdo hace unos años cuando tuve la oportunidad de visitar Nápoles. Desoyendo los angustiados consejos de unos amigos italianos, que trataron –en vano- de disuadirme de hacer turismo a solas por la ciudad, pasé un día recorriendo sus calles. Al menos la parte de las mismas en la que el peligro era más tácito. Me habían contado historias sobre mafia –en esa zona, el nombre específico es camorra-, turistas atracados a punta de arma –blanca o negra-, policía corrupta que mira para otro lado… Conociendo ya un poco ese carácter hiperbólico de los italianos, especialmente de los del sur, había pensado que en el fondo habían sobreactuado para conseguir hacerme cejar en mi empeño.

Apenas unos minutos después de bajar de mi tren, y poner un pie fuera de Napoli Centrale, me di cuenta de que la realidad estaba, como poco, a la altura de lo que yo había juzgado como ficción. Era como si la desidia hubiera asumido el gobierno de la zona: tráfico absolutamente desquiciado (un vistazo en cualquier dirección y podías ver treinta infracciones de retirada de carnet), transeúntes con mala pinta, y peores intenciones, merodeando cerca de todo individuo con aspecto de turista (no era mi caso, pues me “disfracé” de salernitano tanto como pude), basura acumulándose en cada portería, en cada esquina, sin que ello pareciese sorprender a nadie… Encontrarse a la policía, ya estaba sobre aviso, no era ningún consuelo. Agentes con barba de 15 días, fumando un pitillo, con el codo apoyado en la puerta de un coche patrulla decrépito, que más parecía sacado de un episodio de Starsky y Hutch, que un vehículo de la primera década del tercer milenio. Tras un par de horas contemplando el espectáculo, y una vez amortiguado el impacto inicial de la realidad napolitana en mi retina, empecé a mirar más allá. Comencé a apreciar que tras ese manto de caos e inmundicia, había edificios que un día habrían sido auténticas mansiones, amplias avenidas que sin duda habrían trazado el diseño de una ciudad señorial. Al llegar a la enorme Piazza Plebiscito, la majestuosidad del Palacio Real en que Carlos III de Borbón (Carlo VII di Napoli) había tenido su residencia me enmudeció. La visión de la ciudad desde esta atalaya, con la increíblemente bella imagen del Golfo de Nápoles y la figura siempre dominante del Vesubio presidiendo toda la región de Campania, me sedujo. En ese momento una mezcla de emoción y tristeza me invadió. Tristeza al imaginar lo que un día habría sido esta ciudad, y ver a lo que había quedado reducida. Por admirar el increíble potencial de un lugar con todos los ingredientes para ser un punto de referencia en el Mediterráneo absolutamente arruinado. Aún me pregunto cómo fue el proceso en que el orden fue dando paso al caos. El momento en que esa ciudad hermosa, comenzó a abandonarse y a caer poco a poco en ese pozo del que parece difícil que pueda volver a emerger…

De repente el sonido de una bocina me arranca de mis pensamientos, y me encuentro mirando la fachada de nuestra maravillosa NC. Revisando una semana más el luminoso que la identifica, y en el que hace meses se lee NUEVA CONDOMI A. Me enfado por enésima vez. Repito mi letanía sobre el ridículo precio de una letra de metacrilato. Nos apresuramos a entrar al campo –si los tornos no dan los problemas que más de una vez han dado esta temporada-, y ocupar nuestros asientos. Miro al césped, y veo jornada tras jornada cómo la hierba languidece, y cómo cada vez nuestro terreno de juego presenta una imagen más penosa. Abro la revista que nos dan siempre al acceder a la grada, y encuentro a mi Real Murcia, ese histórico de la categoría, colista. Y, entonces, me viene a la cabeza Piazza Plebiscito, y una sensación a medias entre el miedo y la tristeza comienza a apoderarse de mí. Miedo a pisar NC dentro de veinte años, y contarle a mi hijo que un día ese estadio había sido espectacular, que un día ese terreno de juego era un tapiz verde, que en esa portería De Lucas había batido al mítico Casillas…

El árbitro hace sonar su silbato y el partido comienza. ¡Hoy ganamos!, ¡hoy sí!, me digo. Hoy va a ser el primer día de un futuro mejor. Para ello hace falta sumar casi tantos detalles, como puntos. No dejemos que la desidia nos vaya invadiendo. Con lo poco que cuesta una N de metacrilato…